Tras hacer voto de virginidad, Santa Ermelinda abandonó el castillo de sus padres, donde desfilaban los pretendientes, y se retiró a Beauvechain para vivir en castidad y oración. Por desgracia se encontraban en esta ciudad un noble que se dedicaban a acosarla. Su ángel de la guarda la sacó de Beauchevain y la condujo a Meldert donde un buen sacerdote fue su director y la ayudó a vivir su vocación. Ermelinda, que asistía a misa cada mañana, llegaba todos los días descalza, tanto en invierno como en verano.
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