21 de octubre
Celina, una doncella de noble cuna, habitaba en la ciudad de Meaux, donde se detuvo una temporada Santa Genoveva durante uno de sus viajes fuera de París. Admirada por las virtudes de la santa, Celina le manifestó su ardiente deseo de consagrarse al Señor. Genoveva la alentó y la joven tomó el hábito de las vírgenes. Pero el prometido de Celina se opuso desde un principio a su proyecto y, al conocer la resolución de la doncella, amenazó con recurrir a la violencia para raptarla. Dice la leyenda que Genoveva y Celina, perseguidas de cerca por el galán y sus amigos, tuvieron que refugiarse en una iglesia, donde, por un milagro del cielo, las puertas del baptisterio se cerraron herméticamente por sí solas, y fue imposible abrirlas hasta que los perseguidores se retiraron. De esta manera, Celina pudo conservar su virginidad toda su vida y dedicarse a las buenas obras y la oración.
Se ignora la fecha de la muerte de Celina. Su encuentro con la santa en París debe haber ocurrido en el año 465 o en el 480. Se sabe que al momento gozaba de una gran fama de santidad. Fue sepultada en las proximidades de Meaux y, posteriormente, los benedictinos construyeron sobre su tumba una capilla que subsistió hasta los días de la Revolución. En aquélla época, las reliquias de la santa, mezcladas con las de otros bienaventurados, fueron enterradas en el cementerio de la catedral de Meaux, donde se veneran hasta hoy.
El culto a Santa Celina, virgen, se ha limitado a la diócesis de Meaux y, con frecuencia, se ha confundido a esta santa con la Santa Celina, viuda, madre de San Remigio, que se venera el mismo día y a la que tratamos a continuación.
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