5 de abril
BEATA JULIANA de MONTE CORNILLÓN,
Virgen
(1744)
Cuando, tres días antes de la gran fiesta de Pascua, el Jueves Santo, la Iglesia conmemora la institución del Santísimo Sacramento del Altar, la proximidad del Viernes Santo arroja triste sombras sobre dicha solemnidad y sólo permite una alegría reprimida. Y como este sacramento es tan excelso y digno de alabanza, era muy conforme al anhelo de todos los fieles el que la Iglesia instituyera una festividad especial, en un tiempo libre de recuerdos dolorosos, para dedicarla únicamente a ensalzarlo: la fiesta del Corpus, la cual fue introducida por sugerencia de Santa Juliana.
La leyenda nos lo refiere así:
Juliana nació en 1193 en la región de Lieja, en lo que hoy día es Bélgica. A los cinco años se quedó huérfana de padre y madre. La huerfanita fue recogida por unas religiosas muy pobres, que apenas tenían ellas mismas para comer; muy pronto tuvo que poner manos a la obra en las faenas domésticas, y ayudar en el establo al cuidado de las vacas, los cerdos y las gallinas. Además, iba aprendiendo alguna que otra cosa, incluso la lengua latina, que pronto llegó a hablar con la misma perfección que la suya materna. Cuando iba a echar de comer a las gallinas, les decía: Pulle, pulle, veni, veni cito, comede, comede! Lo cual significa: "Pollito, pollito, ven, corre, te traigo que comer". Cuando Juliana decía estas palabras, acudían cacareando de todas partes los gallos y las gallinas, como si entendieran el latín. Como era muy buena, las religiosas la admitieron en su comunidad a la edad de quince años, y llegó a ser una excelente monja, especialmente devota del Santísimo Sacramento del Altar. Siempre que se lo permitía su labor en el establo, marchaba a la capilla del convento para adorar al Salvador en la blanca Hostia, y en los días de comunión interrumpía el sueño a hora muy temprana, a fin de prepararse dignamente a la recepción de la Eucaristía. Después de comulgar, hacía una fervorosa acción de gracias.
Un día, hallándose arrodillada ante el Santísimo Sacramento, tuvo una visión: En una noche oscura le pareció ver brillar con dulce resplandor la luna llena. Pero aquel disco luminoso tenía en un lado un entrante sin luz. Ante esta visión, se encogió de hombros y miró a otro lado, pues pensó que bien podía ser un fantasma del diablo. Sin embargo, la visión fue repitiéndose todos los días, no la dejaba en paz y la desasosegaba. Por eso la santa se dirigió a su confesor, a fin de que le explicase aquello. Pero su confesor no supo darle razón. Entonces Juliana no tuvo más remedio que volverse a Dios Nuestro Señor y suplicarle que le interpretase aquélla visión. En seguida recibió la interpretación deseada. Era hermosa, verdaderamente, aquélla imagen. El disco lunar, así oyó la vidente, era el año litúrgico, y así como la luna verdadera recibe en la noche su brillo del resplandor del sol, así también el año litúrgico lo recibe de Cristo, que es el Sol de justicia. El trozo que faltaba en el disco lunar quería significar que en el ciclo litúrgico faltaba todavía una fiesta una fiesta dedicada especialmente a ensalzar el Santísimo Sacramento del Altar, porque el día de Jueves Santo estaba demasiado enlutado por la proximidad del drama del Viernes Santo.
Esta fue la interpretación de aquélla visión, y la hermana Juliana comunicó la sugerencia divina. No fue cosa fácil conseguir la introducción de la fiesta, porque muchos al principio no querían oír hablar de tal cosa.
Pero al fin las cosas de Dios tal era la visión de Santa Juliana llegan a salir victoriosas a pesar de todas las resistencias. Cincuenta años más tarde el Papa ordenó que en toda la Iglesia se celebrara la fiesta deseada por el Señor, a la que denominó Corpus Christi. Hemos de dar gracias a Dios que así ocurriera, pues esta festividad, con su procesión, sus cánticos, sus guirnaldas de flores y su homenaje al Santísimo Sacramento, es una de las más hermosas del año litúrgico.
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