1 de diciembre
BEATO ANTONIO BONFADINI,
Sacerdote
(1482 P.C.)
La familia Bonfadini era muy distinguida en Ferrara, donde nació Antonio en 1400. En la universidad local se laureó en 1439. A los 37 años entró entre los Hermanos Menores en el convento del Santo Spirito en Ferrara y se distinguió por la fidelidad a la regla franciscana, por su espíritu de oración y su provechosa predicación.
Ordenado sacerdote, fue atraído por la predicación de San Bernardino de Siena, que había producido un despertar maravilloso de virtudes también entre sus cohermanos. Comenzó de inmediato a recorrer los caminos de Italia como predicador de la divina palabra. Es el siglo XV, el siglo de oro de la predicación y de la santidad franciscanas. Antonio se integró en esta estela luminosa. Baste recordar la tríada espléndida: San Jaime de la Marca, San Juan de Capistrano y San Bernardino de Siena. En semejante clima no es de admirar que Antonio se sintiese atraído a la santidad. Este intenso y fructuoso apostolado desempeñado en estas regiones de Italia duró algunos decenios, y llevó muchísimas almas a una renovación de la vida cristiana.
Sus superiores le enviaron en misión a Tierra Santa, para que extendiera su apostolado también a los pueblos a los cuales todavía no había llegado la luz del Evangelio. Es más fácil imaginar que describir la emociones espirituales de Antonio recorriendo los mismos caminos de Palestina que Cristo, la Santísima Virgen y los Apóstoles habían recorrido, meditando la vida, la Pasión y la muerte de Cristo Hombre-Dios.
No sabemos con certeza cuánto tiempo permaneció en Palestina, qué actividades desempeñó. Su edad muy avanzada lo hacía incapaz de una actividad apostólica normal, quizás por eso decidió regresar a la patria. Lleno de méritos y de años con profundo pesar, emprendió el viaje de regreso, que fue más pesado que el de ida. Su meta debía ser el convento de Ferrara, donde deseaba terminar sus días. Al llegar a Italia, olvidándose del cansancio, de las enfermedades y de los años, reemprendió con renovado ardor su apostolado de predicación en las cuidades y campos. Fue inmenso el bien realizado en este final de su vida. Agotadas sus fuerzas, entregó su alma a Dios en Cotignola, en el Hospital de los Peregrinos el 1 de diciembre de 1482. Tenía 82 años de edad.
Un año después, su cuerpo permanecía incorrupto. En su sepulcro se obraron muchos milagros. Algunos años más tarde, los franciscanos fundaron un convento en Cotignola y trasladaron los restos del beato a su iglesia. El Papa León XIII aprobó su culto el 13 de mayo de 1901.
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