14 de diciembre
SAN VENANCIO FORTUNATO DE POITIERS,
Obispo y Confesor
No morirá de mala muerte el que oye devotamente
y con perseverancia la Santa Misa.
(San Agustín).
Se llamaba Venancio Fortunato, había nacido en el norte de Italia, cerca de Treviso, e hizo sus estudios de gramática, retórica y jurisprudencia en Rávena. Allí aprendió todos los secretos de la versificación, porque era un poeta habilísimo, sutil y delicado. Debía de tener treinta y tantos años cuando estuvo a punto de quedarse ciego, y al recuperar la vista por intercesión de San Martín de Tours, decidió peregrinar hasta la tumba del santo.
El viaje fue bastante largo, ya que Venancio se detenía mucho tiempo con los príncipes y obispos que le hospedaban, pagando la hospitalidad, como hacían los trovadores medievales, componiendo versos encomiásticos. Cruza los Alpes, Maguncia, Colonia, Tréveris y Metz, pasa por París, y finalmente, cumpliendo su voto, venera las reliquias de san Martín en Tours. En Tours estuvo poco tiempo y, después de haber recorrido el Mediodía de la Galia, llegó a Poitiers, en donde fija su residencia inducido por Santa Radegunda, viuda del feroz soberano franco Clotario I, que se había retirado al Monasterio de Santa Cruz, fundado por ella según la regla de Cesáreo de Arlés, y de su hija adoptiva, Inés, abadesa del monasterio. Venancio se hizo sacerdote y llegó a ser capellán del monasterio. En 595 fue elegido obispo de la ciudad.
Dejó varias obras escritas. De su producción en prosa nos quedan seis vidas de santos: San Hilario de Poitiers, San Albino de Angers, San Germán de París, San Paterno de Avranches, Santa Rudegunda y San Marcelo de París; mientras otras que están bajo su nombre no son auténticas. Además, algunos breves comentarios del Pater noster y del Credo, incluidos en los Carmina. La parte más vasta de su obra es, sin embargo, poética: Vida de San Martín, poema épico, en hexámetros, encargada por Gregorio de Tours y compuesta en sólo dos meses; Carmina miscelánea, en la que Venancio recogió personalmente, sin un orden preciso, himnos, elegías, epitafios, etc., y que después fue completada con el añadido de fragmentos omitidos por el autor. Dividida en dos libros, junto a composiciones mediocres aparecen otras de gran inspiración, como los tres himnos adoptados en el Breviario Romano: Pange lingua gloriosi, proelium certaminis (Carm. 11,2); Vexilla Regis prodeunt, (Carm. 11,7); y el himno a María «Quem terra, pontus, aethera» (Carm. VIII, 4). Los dos primeros fueron escritos en honor de la Santa Cruz, con ocasión de la donación de una partícula de la Cruz hecha por Justino II a Santa Radegunda. También le es atribuida el Ave Maris Stella. Se le atribuyen los siguientes himnos a María: Quem terra, pontis, sidera; In laudem S. Mariae; Tibi laus perennis auctor, agnoscat omnes saeculum.
Pero no olvidemos sus simpáticos y píos poemillas de lisonja, que le han valido ser patrón de cocineros, pasteleros y gastrónomos, por las golosinas que intercambiaba con la abadesa Inés y Radegunda, a quienes en "Hinc me deliciis" agradece el envío de huevos y ciruelas, no sin sacar del regalo una lección espiritual.
Venancio dio muestras de una extraordinaria facilidad en la versificación y si su lengua no es siempre pura y su métrica a menudo no es correcta, aún se revela en él un talento real, lo que explica el hecho de que en una época de mediocre cultura él haya sido admirado de manera exagerada.
Murió el 14 diciembre de 600 con fama de santo. Por su carácter jovial gozó de la simpatía de muchas personalidades de la época, entre ellas San Gregorio de Tours.
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