22 de julio
SAN JOSÉ DE PALESTINA
(356 d. C.)
Después de la destrucción de Jerusalén, los judíos eligieron entre sus principales maestros a uno, a quien dieron el título de Patriarca o "Príncipe en el cautiverio." El más célebre de dichos personajes fue el rabí Hilel (a quien no hay que confundir con el rabí Hilel del que habla el Talmud). Era éste un hombre muy erudito, que fundó la escuela bíblica de Tiberíades y fue su mayor gala. Poco antes de morir, Hilel mandó llamar a un obispo cristiano, el cual, disfrazado de médico, mandó traer agua al cuarto del rabí y le bautizó. Hilel murió, pues, cristiano. José, uno de sus discípulos y su confidente, presenció el bautismo. Junto con los libros de Hilel, José recibió el cuidado del hijo de éste. San Epifanio, el biógrafo de José, dice a propósito del hijo de Hilel: "Se llamaba Judas, según creo; pero hace tanto tiempo que me dijeron su nombre, que no estoy seguro." Entre los libros de Hilel había varias obras cristianas, cuya lectura impresionó mucho a José. Sin embargo, estaba todavía lejos de convertirse, aunque de cuando en cuando se sentía ya inclinado a abrazar el cristianismo. Una de las cosas que mayor bien le hicieron, fue el ejemplo de una joven cristiana a quien el hijo de Hilel no logró seducir ni siquiera empleando las artes mágicas. José soñó una noche que se le aparecía Cristo y le decía: "Yo soy Jesús, a quien tus padres crucificaron. Cree en mí." Valiéndose del nombre del Señor, José exorcizó a un poseso, el cual quedó instantáneamente curado. Esto acabó de convencerle de la verdad del cristianismo, pero no hizo nada por recibir el bautismo y aun aceptó el cargo de jefe de la sinagoga en Tarso. Naturalmente, su posición ambigua le hacía muy desdichado; por otra parte, los judíos, que ya estaban insatisfechos de su conducta y sospechaban de él, le sorprendieron cuando leía el Evangelio. Entonces le golpearon y le arrojaron al río Cidno. Los malos tratos abrieron su corazón a la gracia y, por fin, recibió el bautismo.
Constantino el grande le otorgó el título de conde (por lo cual se le llama algunas veces "el conde José"), con autoridad para construir iglesias en el territorio de Galilea, pero particularmente en las ciudades judías. Se cuenta que los judíos se valieron de todos los medios para estorbar su trabajo; en cierta ocasión, apagaron los hornos de ladrillo, pero José hizo la señal de la cruz sobre un balde de agua, la vertió en un horno y, al punto, se reavivó el fuego. Más tarde, José abandonó Tiberíades y se fue a vivir a Escitópolis (Betsán) donde dio asilo, en 335, a San Eusebio de Vercelli, quien había sido desterrado por los arríanos. También hospedó a otros siervos de Dios, entre los que se contaba San Epifanio, a quien narró todos los detalles que relatamos aquí. José tenía entonces setenta años, y falleció poco después, hacia el año 356. Hay que advertir que, si bien Baronio incluyó el nombre de José en el Martirologio Romano, no parece que se le haya rendido culto litúrgico en ningún país del mundo, ni siquiera en el sitio en el que vivió.
Ver Acta Sanctorum, julio, vol. V, donde hay una traducción latina del texto de San Epifanio.
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