martes, 7 de agosto de 2012

SAN ALBERTO DE TRAPANI, Confesor


7 de agosto 


SAN ALBERTO DE TRAPANI, 
 Confesor



La oración que sale con toda pureza  de lo intimo de la fe
 se eleva como el incienso desde el altar sagrado.
Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste;
este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes 
(San Agustín: Coment. sobre el Salmo 140)


   Nació en Trápani, Sicilia (Italia). Sus padres -Benito degli Alberti y Juana Palizi- llevaban veintiséis años de estéril matrimonio. Fervorosos cristianos, habían prometido a la Virgen de Trápani consagrar al servicio del Señor al hijo que les concediera.

   De muy niño ingresó en el Carmelo de Trápani con el propósito de servir a Dios y a la Santísima Virgen, ha quien está consagrada la Orden del Carmen.

   Era entonces la "edad de oro" del Carmelo, en la que el ideal eliano-mariano de la Orden se mantenía vivo a base de un justo equilibrio de la contemplación y acción apostólica.

   Desde que profesó en la Orden se distinguió por su fervor y austeridad de vida. Sus biógrafos nos dicen que sus ayunos eran continuos, que nunca tomó carne y que mezcalaba su parco alimento con ajenjos. Su cama era un zarzo de sarmientos y dedicaba largas horas del día y de la noche a la oración.

   La obediencia era en él pronta y alegre, la pobreza le distinguía entre todos por su total desprendimiento y la castidad fue su flor preferida y mejor guardada, por eso se le representa con un lirio y un crucifijo en la mano, o el niño Jesús en brazos.

   Recibidas las sagradas órdenes, se difundió pronto su fama de religioso santo y de persuasivo orador.

   Pasó algún tiempo en el convento de Messina, ciudad a la que libró del hambre causada por un asedio: algunas naves cargadas de víveres consiguieron llegar milagrosamente hasta los asediados.

   Fervoroso predicador, recorrió la mayor parte de los pueblos de la isla.

   Fue nombrado provincial de Sicilia por el 1296, cargo que desempeñó con una entrega total al servicio de Dios y de las almas.

   Cuando visitaba los conventos, no llevaba otra cosa que un poco de pan, el báculo y un cantarito de agua.

   Fundó varios conventos y escribió algunos tratados, que no se han conservado.

   Recibió del Señor la gracia de hacer milagros llegando a ser el gran taumaturgo y apóstol de Sicilia.

   Por eso su culto ha sido siempre muy extenso e intenso en toda la Orden, que lo ha venerado en todas sus iglesias y conventos. Sus reliquias se han esparcido por todo el mundo y con ellas se bendice el agua para los enfermos.

   Acaeció su muerte en 1307 y al celebrar sus exequias se dice que voces misteriosas entonaron el "os justi" de la misa de confesores en vez de la misa de requiem. Su culto fue confirmado por bula del Papa Sixto IV en 1476.

   Supo plasmar en su alma el verdadero espíritu del Carmelo viviendo el nada fácil equilibrio entre la vida contemplativa y la activa. Por la vivencia de este doble espíritu eliano fue venerado como uno de los primeros y más grandes santos de la Orden, de la que más tarde fue considerado Patrón y Protector. Compartía su celo y todo el anhelo de su candorosa alma entre la propia santificación y la del prójimo, dirigido todo a la mayor gloria de Dios. Este mismo celo le hacía sentir una vocación fuerte y constante a la predicación de la divina palabra y Dios premiaba visiblemente sus fatigas apostólicas con la conversión de muchos judíos e infieles a la fe de Jesucristo. En sus sermones hacía hincapié en el amor de Dios y del prójimo, el odio del pecado, la hermosura de la virtud y la fealdad del vicio, las espinas y la caducidad de los bienes temporales y la seguridad de los eternos.

   En el himno de Laudes de su fiesta se dice:

"...Con dura penitencia / domando las pasiones, / será sol que difunde / sagrados esplendores. / Satán pretende, astuto, / que la oración acorte; / Alberto persevera / orando día y noche..."

ORACIÓN

   Señor Dios nuestro, que hiciste de San Alberto un modelo de oración y de pureza y un fiel servidor de la Virgen María; concédenos que, imitando sus virtudes, podamos participar del banquete eterno de su gloria. Amén.   

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