28 de diciembre
SAN TEODORO EL SANTIFICADO,
Abad
(368 P.C.)
Fue tanta la gloria que dieron a la Iglesia en los siglos cuarto y quinto las órdenes monásticas que por entonces florecieron con todo esplendor en los desiertos de Egipto, que tanto Teodoreto como Procopio aplican al estado deaquellos santos reclusos, los pasajes de los profetas en los que se habla del advenimiento de la nueva edad en que imperase la ley de la gracia. "Los páramos se regocijarán y florecerán como el lirio; se abrirán los capullos y habrá regocijo, con alegres alabanzas" (Isaías xxxv 1, 2, etc.). Uno de los santos eminentes en aquella pléyade, fue el abad Teodoro, discípulo de San Pacomio. Teodoro nació en la alta Tebaida, alrededor del año 314, de padres muy acaudalados y, cuando contaba entre once y doce años de edad, durante la fiesta de la Epifanía, se entregó a Dios con un fervor precoz, resuelto a no anteponer nunca nada al amor divino y su servicio. Con el correr del tiempo, la gran reputación de San Pacomio le atrajo hacia Tabenna, donde no tardó en descollar entre los seguidores del santo. Éste le tomó como compañero permanente cuando hacía el recorrido de sus monasterios. San Pacomio elevó a Teodoro al sacerdocio y, antes de retirarse al pequeño monasterio de Pabau, le encargó el gobierno de Tabenna.
San Pacomio murió en el año de 346, y Petronio, a quien había nombrado su sucesor, murió también trece días después. Entonces se eligió como abad a San Orsisio, pero como éste encontró la carga demasiado pesada y el grupo de monasterios amenazaba con dividirse en partidos, dimitió para dejar a Teooro en su lugar. Lo primero que éste hizo fue reunir a todos los monjes para exhortarlos a la concordia. Investigó las causas de las divisiones y les puso el remedio efectivo. Gracias a sus plegarias y a sus incansables esfuerzos, la unidad y la caridad quedaron restablecidas. San Teodoro visitó los monasterios, uno tras otro, y a cada monje en particular le dio instrucciones, consejos, consuelos y aliento; de esa manera, corrigió los errores con una delicadeza y un tacto irresistible. Varios fueron los milagros que obró y muchas las ocasiones en que vaticinó el futuro. Cierto día se hallaba en un bote, en aguas del Nilo, con San Atanasio; en un momento dado de la conversación, le aseguró que, en aquel preciso momento había muerto en Persia su perseguidor, Juliano el Apóstata, y agregó que el sucesor devolvería la paz a la Iglesia y la tranquilidad a Atanasio. Ambos vaticinios se confirmaron plenamente. Uno de los milagros obrados por San Teodoro nos proporciona uno de los ejemplos más antiguos sobre el uso del agua bendita como un sacramental para la curación del cuerpo y del alma. San Amón, un contemporáneo de Teodoro, es quien refiere la historia. Cierto día, llegó a las puertas del monasterio de Tabenna un hombre acongojado para pedir a San Teodoro que acudiese a orar por su hija, que estaba gravemente enferma. San Teodoro no podía ir en aquellos momentos, pero recordó al hombre que Dios escuchaba las plegarias donde quiera que se dijesen. A esto repuso el hombre que no tenía mucha fe en las oraciones a distancia y presentó al monje un recipiente de plata, lleno de agua y le pidió que, por lo menos invocase el nombre de Dios sobre el agua, para darla como medicina a su hija. Teodoro accedió y, luego de murmurar una oración, hizo la señal de la cruz sobre el recipiente. El hombre regresó precipitadamente a su casa, encontró a su hija ya inconsciente, le abrió la boca y virtió en ella un poco de agua. Por virtud de la oración y la bendición de San Teodoro, la joven recuperó la salud y se salvó.
Se refiere también que, en cierta ocasión, San Teodoro pronunciaba una conferencia ante sus monjes mientras éstos trabajaban en la confección de esteras. En aquel momento, dos víboras salieron por debajo de una piedra y se arrastraron hacia el santo. Este, para no interrumpir su disertación ni perturbar al auditorio, puso un pie sobre los dos reptiles y los mantuvo sujetos hasta que terminó de hablar. Entonces retiró el pie y mandó a los monjes que matasen a las víboras, sin haber recibido de ellas daño alguno, El Sábado Santo del año 368, uno de los monjes agonizaba y San Teodoro fue a atenderle en sus últimos momentos. Fue entonces cuando vaticinó a todos los que estaban presentes: "Muy pronto, a esta muerte seguirá otra que no se espera". Aquel mismo día, San Teodoro pronunció su acostumbrado discurso a los monjes, reunidos en el monasterio de Pabau para la celebración de la Pascua, pero apenas los había despachado a sus respectivos monasterios, cuando se sintió muy enfermo. Al otro día, 27 de abril, murió tranquilamente. Su cuerpo fue llevado en procesión hasta la cima del monte donde los monjes tenían su cementerio, pero no pasó mucho tiempo sin que el cadáver fuese exhumado para sepultarlo junto al de San Pacomio. San Atanasio escribió una carta a los monjes de Tabenna para consolarlos, con sentidas palabras, por la pérdida de su abad y para recomendarles que tuviesen siempre presente la gloria que ya poseía el siervo de Dios.
Toda la información de que se podía echar mano en el siglo XVII, en relación con la historia de San Teodoro, se encuentra reunida en el relato sobre San Pacomio, publicado en el Acta Sanctorum, mayo, vol. III. Desde entonces, han aparecido diversos textos, la mayoría de ellos en copto o traducidos del copto. Véase la bibliografía al pie del artículo dedicado a San Pacomio (9 de mayo) en esta obra. En relación con la vida de San Teodoro, tiene especial importancia la Epístola Ammonis, impresa en el Acta Sanctorum, mayo, vol. III, pp. 63-71. En inglés, consúltese The Monasteries of Wadi n'Natrun pte. II, de H. G. Evelyn White y también las notas críticas sobre la citada obra, publicadas por P. Peeters, en Analecta Bollandiana, vol. LI (1933), pp. 152-157. Los griegos conmemoran a este santo en mayo, y el Martirologio Romano lo conmemoraba el 28 de diciembre, pero en sus últimas ediciones trasladó su fiesta al 27 de abril, fecha de su muerte.
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