9 de julio
BEATA MARÍA DE SAN JUSTO
Mártir
(1900)
María de San Justo (Anne Moreau), fue una de las siete religiosas que en 1898 fueron enviadas a China, a pedido de monseñor Francisco Fogolla, obispo coadjutor en Chan-Sí. Nació el 9 de abril de 1866 en el pueblito de La Faye (Francia). Su padre, agricultor de buena posición, muy caritativo, era conocido en el pueblo por ayudar siempre a los necesitados. La pequeña Anne hereda estas virtudes familiares. Es sensible, valiente, aunque tal vez un poco callada, solitaria, seria. Prefiere estar con su madre a jugar con los demás niños, y así es la preferida y mimada de casa.
Siendo todavía joven pierde a su padre y debe tomar la responsabilidad en la venta de los productos del campo. Pero siente ya la llamada que la empuja a dejar su casa. «Me parece -le dice un día a su prima, que lo recordará después- que Dios me pide hacer algo grande. Quiero ir a China y dar mi vida por los chinos».
Su madre se opone, quiere casarla con un buen partido, pero Anne se mantiene firme y, sin despedirse de los suyos, se va al noviciado en 1890. Comienza con entusiasmo su vida religiosa, a pesar de que su corazón sangra todavía por el desprendimiento de haber dejado la familia. Después viene la prueba: duda de su vocación, no encuentra ya atractivo ni celo apostólico como sentía antes. El trabajo sencillo, «sin brillo», que se le pide, le parece insoportable.
El futuro le da miedo, los escrúpulos le hacen sufrir, duda de la presencia de Jesús en la Eucaristía... ¿Qué hacer? ¿Abandonar este camino? ¿Volver a su casa?... ¡Esto sería lo más fácil! María de San Justo sufre. Reza. Abre su alma a María de la Pasión, su Superiora General: le revela su tortura con plena lealtad, y le dice: «¡No soy nada y antes no lo sabía!» Las palabras que María de la Pasión le pedirá que repita constantemente son las de Jesús: «¡Padre, que se haga tu voluntad y no la mía!»
Durante varios años, esta joven que no conoce el camino de los grandes místicos, continuará sufriendo... barro amasado por el alfarero. Ayudada por María de la Pasión no se volverá atrás y aprenderá a agarrarse a la cruz con todas sus fuerzas, con fe. Poco a poco, vencerá la tentación y la paz invadirá lo más profundo de su ser.
La muerte de su madre agrega dolor a su dolor, pero la voluntad de Dios se ha vuelto su fortaleza. En Vanves, aprende a manejar las máquinas de la imprenta y, además, hace zapatos para las hermanas, y mil pequeños trabajos que ayudan al sostenimiento económico de la comunidad.
Después de sus votos perpetuos es designada para China. Describe el viaje con mucho humor y, ya en la misión, pone todos sus talentos al servicio de la comunidad y de las niñas huérfanas. Escribe en una de sus cartas a María de la Pasión: «Me parece haber vivido siempre aquí. Se lo agradezco a la Virgen, a quien he rezado siempre, y es para mí un consuelo decirle a usted, Madre, que mis pruebas han terminado». Dios da la paz a su misionera, que pronto dará el testimonio supremo del Amor.
Fue martirizada junto con sus seis compañeras, el 9 de julio de 1900, en Taiyuanfu (China) y beatificada el 24 de noviembre de 1946, en Roma, por el papa Pío XII.
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