lunes, 28 de noviembre de 2011

SANTIAGO DE LA MARCA, Confesor


28 de noviembre


SANTIAGO DE LA MARCA, 
Confesor



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   El celoso predicador de Cristo, Santiago de la Marca, nació en Montebrandón, en la Marca de Ancona. Fue hijo de unos pobres labradores; y pasó los años de su niñez apacentando un rebaño. Un tío su yo materno, sacerdote ejemplar y prudente, echando de ver en él buen ingenio y disposición para las letras, le envió a la universidad de Perusa, para estudiar las letras humanas y divinas; en las cuales salió tan aprovechado, que un caballero muy principal de aquella ciudad, le encomendó la educación de un hijo suyo, y dio su favor para que pudiese ganar mucha hacienda, y medrar en el mundo. Mas no llenaron su corazón las esperanzas y bienes del siglo, sino los verdaderos bienes que hallaba en el servicio del Señor. Habiendo pasado a Asís, para ganar la indulgencia de la Porciúncula, quedó tan edificado de la rara modestia y humilde compostura de los hijos del seráfico padre san Francisco, que se sintió interiormente llamado de Dios a tomar su hábito, y copiar en sí aquellas religiosas virtudes. Echó en el noviciado los cimientos de su esclarecida santidad; y ordenado de sacerdote, fue destinado por sus superiores al ministerio de la divina palabra. Predicó en Italia, Austria, Dinamarca y Polonia, con tan apostólico celo, y tan grande espíritu y virtud de Dios, que convirtió innumerables pecadores a penitencia. No eran menos eficaces sus palabras, que el ejemplo de su santa vida. En el espacio de cuarenta años, no dejó pasar un solo día sin macerar su cuerpo con ásperas disciplinas; ni se desató jamás el cilicio o ceñidor de hierro, eriza do de clavos, que traía puesto a la cintura. Pasaba las noches en oración, sin dormir más de tres horas; no comía carne; su hábito era de sayal pobre y remendado, y gozábase de padecer falta, aun de las cosas más necesarias. Habiendo entendido que querían hacerle arzobispo de la iglesia de Milán, rehusó aquella dignidad, con grande resistencia, que jamás pudieron acabar con él que la aceptase. Ilustró El Señor a este su siervo, obrando por él muchos milagros, señaladamente el tiempo que estuvo en Venecia. Sanó repentinamente al duque de Calabria y al rey de Nápoles, que estaban desahuciados de los médicos, y a las puertas de la muerte. Finalmente, lleno de días y merecimientos, a la edad de ochenta y nueve años, llamóle el Señor para dar le la recompensa de sus grandes trabajos y virtudes, en el reino de su gloria.

REFLEXIÓN

   ¿Qué tienen que ver los deleites causados por los bienes sensibles, con los purísimos goces que nos proporcionan los bienes del alma? Aquellos, son vanos o torpes: éstos, verdaderos y puros. Cuando un alma desprecia generosamente todo lo mundano, el Señor, que es generosísimo, no retarda la paga; y su divina providencia ilumina de tal manera el entendimiento, y da tal alegría al corazón, que no cabiendo en él, rebosa y se manifiesta visiblemente en el exterior. Yerran, pues, miserablemente, los peca dores, creyendo que la observancia de la ley de Dios es un sacrificio dolorosísimo y sin recompensa en esta vida.

ORACIÓN

   Oh Dios, que nos alegras con la anual festividad de tu bienaventurado confesor Santiago; concédenos benigno, que pues celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos el ejemplo de sus virtudes. Por J. C. N. S. Amén.

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