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lunes, 9 de julio de 2012

MÁRTIRES DE CHINA II


9 de julio 


MÁRTIRES DE CHINA II 
(1900)



   La presencia franciscana en China se remonta a los primeros tiempos de la Orden, y testigos de ello son figuras tan representativas como Juan de Pian del Carpine († 1252) y Juan de Montecorvino (†1328), primer arzobispo de Pekín, o el Beato Odorico de Pordenone († 1331). Pero hay que añadir que, si bien el testimonio franciscano no ha faltado nunca en aquel inmenso Imperio, ha sufrido fuertes vaivenes por las persecuciones que de tiempo en tiempo se han ido repitiendo. Vengamos al siglo XIX: en 1816 fue martirizado San Juan de Triora, y al final del siglo, en 1900, sufrieron el martirio, de mano de los boxers, otros 29 santos de la familia franciscana.

   Con el término inglés "boxers" se designa a los miembros de una sociedad secreta de carácter religioso y político a la vez, cuyos inicios se remontan a los primeros años del siglo XIX. Una de sus principales características era la xenofobia, odio, repugnancia y hostilidad hacia los extranjeros. Pasaron por largos períodos de vida más o menos precaria. Pero, en febrero de 1900, en medio de una situación social y política convulsionada, se les unieron miles de soldados y no tardó en estallar la revolución de los boxers, sucediéndose los asesinatos de chinos conversos y de religiosos extranjeros, el incendio y la devastación de iglesias y de misiones, la destrucción de vías férreas y de tendidos eléctricos, etc. La vida y organización cristiana, que era próspera en los vicariatos de Shansi y de Hunan, quedó prácticamente asolada. De la familia franciscana fueron más de trescientas las víctimas mortales. Entre ellas destacan los 29 santos, miembros de la Primera y de la Tercera Orden, que ahora recordamos: 26 fueron inmolados en el Vicariato Apostólico de Shansi Septentrional y 3 en el de Hunan Meridional.

   En el Vicariato de Shansi fueron apresados y encarcelados el Vicario Apostólico, Mons. Gregorio Grassi, y su Coadjutor, Mons. Francisco Fogolla, junto a los sacerdotes Elías Facchini y Teodorico Balat, y al hermano profeso Andrés Bauer, todos ellos de la Orden de Hermanos Menores. Compañeras suyas de martirio fueron siete Franciscanas Misioneras de María. Y compartieron su suerte 14 laicos, todos de nacionalidad china, 11 de los cuales pertenecían a la Orden Franciscana Seglar: cinco eran seminaristas, otros colaboradores domésticos de los obispos y de los misioneros, catequistas, etc. Todos éstos dieron la vida por Cristo en Taiyuanfu, capital de la provincia, el 9 de julio de 1900, en la sangrienta persecución de los boxers.

   También en el Vicariato de Hunan y aun antes se desencadenó con toda su virulencia la revuelta de los boxers. La revolución iniciada en Shantung, donde los boxers habían resultado victoriosos contra los europeos, estalló en Hunan el 4 de julio de 1900 con actos de vandalismo y destrucción de residencias, iglesia, orfanato, etc. De aquí se extendió rápidamente a todas las otras comunidades cristianas del Vicariato, que fueron saqueadas, incendiadas y destruidas; incluso las familias cristianas fueron depredadas. Algunos del clero nativo se disfrazaron, otros huyeron o se escondieron, y otros afrontaron la muerte. El primer franciscano en ser inmolado fue el P. Cesidio Giacomantonio, quemado vivo el 4 de julio de 1900. Tres días después corrieron parecida suerte sus hermanos de hábito Mons. Antonio Fantosati, Vicario apostólico de Hunan Meridional, y su fiel compañero el P. José Gámbaro.

   He aquí una breve crónica del martirio.

   A todos los mártires de Shansi, después de un tiempo de cárcel, los hicieron salir en fila, precedidos por los dos obispos y rodeados de soldados que los custodiaban estrechamente para que no pudieran escaparse. Mons. Grassi tuvo que decirles:

   -- No es necesario que nos atéis; iremos voluntarios a donde nos llevéis.

   Como respuesta, uno de los soldados hirió al obispo, y también sus compañeros fueron heridos sin compasión; por su parte, las hermanas fueron tratadas con saña y desprecio. Todos, camino del tribunal del Virrey, fueron maltratados y escarnecidos por los soldados y los boxers, que, temiendo que los cristianos reaccionaran y trataran de liberarlos, los tenían más sujetos y vigilados.

   Llegados al tribunal, el Virrey mandó que las víctimas se arrodillaran en una larga fila, y comenzó el juicio.

   Dirigiéndose a Mons. Fogolla le dijo:

   -- ¿Desde cuándo estás en China y a cuántos del pueblo has perjudicado haciéndolos cristianos?

   -- Hace muchos años que estamos en China -respondió el obispo- y nunca hemos perjudicado a nadie; al contrario, hemos beneficiado a muchos.

   -- ¿Y -prosiguió el Virrey- qué medicina dais a la gente para hacerlos cristianos, que ni siquiera los niños están dispuestos a abandonar vuestra religión?

   -- Nosotros no les damos ninguna medicina para hacerlos cristianos, y ellos son plenamente libres; pero saben que no deben apostatar, porque están convencidos de que es un mal, y que es pecado no adorar al Dios del cielo.

   El Virrey dio unos puñetazos al obispo, y luego gritó:

   --¡Matadlos, matadlos!

   De inmediato los soldados irrumpieron y brutalmente sacaron de la sala del tribunal a las víctimas, desenvainaron las espadas y empezó la salvaje carnicería. Los primeros en caer fueron los obispos y los misioneros; luego, los seminaristas y los laicos; cuando les llegó el turno a las religiosas, se quitaron el velo, se cubrieron la cara y dejaron al descubierto el cuello para facilitar su trabajo a los verdugos; entretanto, Sor María de la Paz entonó el Te Deum que las otras siguieron hasta su decapitación.

   Los restos mortales de los mártires, después de ser objeto de ludibrio de los boxers, los soldados y la plebe, fueron arrojados a una fosa común en la que eran enterrados los malhechores y los vagabundos.

   En cuanto a los mártires de Hunan, sus cuerpos fueron incinerados y las cenizas arrojadas al viento y al río.

   Los perseguidores de Shansi y de Hunan creyeron que borraban la memoria de sus víctimas mezclando sus huesos con los de facinerosos, dándolos como pasto a los perros y a las aves rapaces o dispersando sus cenizas. Pero se dice que, cuando los restos fueron exhumados, la tierra se cubrió de un suave manto de nieve, que hizo exclamar al Virrey, impresionado por el espectáculo: «Estos extranjeros eran de veras gente buena y valiente, el mismo cielo se asocia a sus funerales». En los lugares del martirio y en las tumbas que custodian los restos de los mártires, el gobierno erigió monumentos expiatorios.

   El papa Pío XII los beatificó a todos el 24 de noviembre de 1946.

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