9 de julio
BEATA MARÍA DE SANTA NATALIA
Mártir
(1900)
María de Santa Natalia (Jeanne-Marie Kerguin), fue una de las siete religiosas que en 1898 fueron enviadas a China, a pedido de monseñor Francisco Fogolla, obispo coadjutor en Chan-Sí. Nació el 5 de mayo de 1864 en Belle-Isle-en-Terre (Bretaña, Francia). Hija de campesinos sencillos y pobres, la jovencita sabe de esos juegos limpios y serenos de las familias de los pueblos: correr por praderas y montañas, llevar flores a la estatua de la Virgen... Aprende las primeras letras con la maestra del pueblo, y también a tejer, cocinar, cuidar animales en su casa; aprende el catecismo y se prepara con esmero a su Primera Comunión. Poco después pierde a su madre, y la niña debe hacer frente a los trabajos de la casa, pero ya el ideal de entregarse a Dios más totalmente va haciendo camino en su corazón.
En 1887 llama a la puerta del noviciado de Francia, que recibe a la joven bretona de ojos azules, ojos que descubren su alma hasta el fondo. Trabaja ordeñando vacas en la granja, lava la ropa..., su alegría nace de esta convicción muy honda en ella: «Todo es grande para quien lo hace con grandeza de alma». Según ella, dos cosas le bastan para ser santa: unirse íntimamente a Dios y amar al cumplir los pequeños servicios cotidianos. Después del noviciado va a París donde se vive una ruda pobreza. María de Santa Natalia la vive con alegría. Sus hermanas la llaman «Fray León», en recuerdo del amigo entrañable de Francisco de Asís.
Su primera partida misionera fue a Cartago, en África del Norte, pero se enferma y debe volver a Italia. Poco a poco descubre el secreto de la Cruz, y escribe: «Estoy contenta de tener algo que sufrir. Cuando se sufre, uno se desprende de la tierra. Dios quiera que lo ame por encima de todas las cosas, puesto que Él fue tan generoso conmigo y me ha hecho tanto bien desde que estoy en el mundo».
En marzo de 1899 es destinada a la nueva fundación en Taiyuanfu. Poco después de la llegada a la misión, su salud será la gran preocupación de la comunidad. Varios meses en cama, con tifus; sufre sin quejarse, con una paciencia increíble, hasta que poco a poco puede recobrar las fuerzas.
No le falta trabajo a la misionera, pero con todas sus compañeras, el 9 de julio, la bretona de ojos azules, apretando su crucifijo entre los dedos, es decapitada. «No tenemos miedo..., la muerte es sólo Dios que pasa», había dicho varias veces.
Fue martirizada junto con sus seis compañeras, el 9 de julio de 1900, en Taiyuanfu (China) y beatificada el 24 de noviembre de 1946, en Roma, por el papa Pío XII.
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