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sábado, 10 de marzo de 2012

SAN MACARIO, Obispo de Jerusalén


10 de marzo



SAN MACARIO,
Obispo de Jerusalén 
(+ 335)

   En la historia de Eusebio se conserva el texto de una carta de Constantino a Macario, obispo de Jerusalén, en la que el emperador le encarga que construya una iglesia en el sitio en que santa Elena había descubierto el sepulcro de Cristo, dejando al santo mano libre en lo referente al proyecto, los materiales y los obreros. San Macario tuvo el gozo de ver terminada su obra.

   San Atanasio dice que San Macario era un hombre sincero y recto, pleno de espíritu apostólico. Había sucedido a Hermón en el gobierno de la sede el año 314, precisamente en la época en que la herejía arriana comenzaba a constituir una seria amenaza para la Iglesia. Según el testimonio de San Atanasio, Macario fue un valiente campeón contra la herejía. En el Concilio de Nicea, su nombre encabeza la lista de los obispos de Palestina que firman las actas.

   La leyenda cuenta que Macario estaba presente en el momento en que se descubrió la Santa Cruz y que, gracias a él, fue posible identificarla. En efecto, en las excavaciones se habían encontrado tres cruces y era difícil determinar cual había sido la de Cristo. Ahora bien, según cuenta Rufino en su Historia Eclesiástica, "sucedió que había en la ciudad una mujer agonizante. Macario era entonces obispo de esa Iglesia y dijo  la reina y a los trabajadores: 'Traed las tres cruces, porque Dios va a mostrarnos cual es la de Cristo'. Entrando con la reina y los obreros en la casa de la enferma, se arrodilló y elevó al Señor la siguiente súplica: 'Oh Dios, que por medio de tu Unigénito Hijo has inspirado a tus siervos el deseo de buscar la cruz en la que fuimos redimidos: te rogamos que nos muestres cual fue la cruz de tu hijo para que podamos distinguirla de aquellas que fueron de los esclavos. Concédenos que cuando la verdadera cruz toque a esta mujer agonizante, vuelva a la vida desde las puertas de la muerte.' Macario tocó a la mujer con una de las cruces, pero no sucedió nada; lo mismo aconteció con la segunda; pero, en cuanto la tocó con la tercera, la mujer abrió los ojos y poco después volvió plenamente en sí y empezó a albar a Dios y andar por la casa con mayor agilidad que antes de la enfermedad. La reina, satisfecha con una indicación tan clara, erigió con real magnificencia un templo maravilloso, en el sitio en que se había descubierto la cruz".

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