El ilustre confesor de Cristo y venerable obispo de la Tebaida superior, san Pafnucio, fue natu ral de Egipto, e hijo de padres cristianos y muy virtuosos. Oyen do desde niño la admirable vida que llevaban los santos anacoretas de los desiertos de la Tebaida, se sintió tocado del Señor pa ra imitar sus ejemplos; y llegado a la mocedad, dio libelo de repu dio a todas las cosas del siglo, pa 'ra servir a sólo Dios en la soledad, bajo la disciplina y magisterio del gran Antonio. Teniendo delante de los ojos aquel perfectísimo ejemplar de todas las virtudes, hizo tan gran des progresos en el camino de la perfección, que extendiéndose la fama de su gran santidad y de sus divinas letras, le opligaron a recibir las órdenes sagra das, y poco después de haber sido orde nado de sacerdote, fue elegido por co mún consentimiento para la silla episco pal de la Tebaida. Gobernaba santísima mente su Iglesia como verdadero pastor del rebaño de Jesucristo, cuando el tirano Maximino-Daia llevó a cabo una de las más grandes y sangrientas persecuciones que afligieron aquella santa cristiandad. En tonces fue preso y cargado de cadenas el venerable obispo Pafnucio. Fue el pri mero de los santos confesores a quien cortaron los nervios de la corva izquier da, y le sacaron el ojo derecho, condenándole a trabajar en las minas. Pero habiendo sucedido a la persecución de los tiranos, la paz que dio a la Iglesia el emperador Constantino, el santo volvió a su silla con nuevo celo y con gran júbilo de todos los fieles de su diócesis, los que le recibieron como a su ama do obispo y valeroso confesor de la fe. Por este título le hicieron también mucha honra los padres del Concilio de Nicea, en el cual se halló, y señalada mente el emperador Constan tino el Grande, que se holgaba conversando con él largas horas, y jamás se despedía del siervo de Dios, sin besarle con reverencia el hueco del cual le habían arrancado el ojo. Gozába el santo de tan grande autoridad en aquel Concilio, que viendo desasosegados los ánimos en cierta controversia de nuevas doctrinas en las cosas de fe, se levantó y dijo en alta voz: «Nada se mude: estad firmes en las sagradas Tradiciones» y todos se aquietaron y le obedecieron. Fue san Pafnucio familiar amigo de san Atanasio y estuvo con él en e1 concilio de Tiro, donde al ver seducido por los Arrianos al obispo Máximo, llegóse a él y tomándolo por la mano, lo sacó de entre ellos, diciéndole: «No puedo sufrir ver entre herejes un obispo que ha padecido por la fe». Oídas después las razones de Pafnucio vol vió Máximo a confesar la fe católica. Fi nalmente después de haber gobernado muchos años santamente su Iglesia, entregó su espíritu en manos del Creador. REFLEXIÓN Por ventura te parecerá co sa extraña que un obispo como Máximo que había sido confesor de la fe y había padecido por ella como nuestro san Paf nucio, cayese en los errores de los he rejes Arrianos: Pero has de recordar que la fe es siempre libre en sus actos, y que es sobremanera pestilencial la herejía y maligno su veneno. Para librarnos pues del contagio de toda herejía e impiedad, es menester creer con fortaleza las ver dades que nos enseña la santa Iglesia de positaria legítima de la doctrina de Dios, y estimarlas sobre toda doctrina huma na, y preferirlas a nuestras propias ideas y discursos; porque es insensata soberbia querer poner la verdad de Dios en tela de juicio, y gran presunción el pretender tragar la ponzoña de los herejes e impíos, sin envenenarse.ORACIÓN Concédenos, oh Dios omnipo tente, que la venerable solemnidad del bienaventurado Pafnucio, tu confesor y ,pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y de la salvación eterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén. |
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